Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo Hombre.
1a. de Timoteo 2:5
Antes de exponer, las funciones de Jesús en los cielos, recordemos que la palabra de Dios registra que Jesús ascendió a los cielos y se sentó a la diestra del Padre.
De los cuatro evangelistas, solo dos, Marcos y Lucas, narran la ascensión del Señor a los cielos; el resto, Mateo y Juan, llegan hasta la aparición de Jesús a muchos. Veamos los versículos que registran esta ascensión:
1a. de Timoteo 2:5
Antes de exponer, las funciones de Jesús en los cielos, recordemos que la palabra de Dios registra que Jesús ascendió a los cielos y se sentó a la diestra del Padre.
De los cuatro evangelistas, solo dos, Marcos y Lucas, narran la ascensión del Señor a los cielos; el resto, Mateo y Juan, llegan hasta la aparición de Jesús a muchos. Veamos los versículos que registran esta ascensión:
Marcos 16:19 Y el Señor después que les habló fue recibido arriba en el cielo, y se
sentó a la diestra de Dios.
Lucas
24:51 Y aconteció que
bendiciéndoles, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo.
Como vemos, Marcos expresa que fue recibido arriba en el cielo y que se sentó a la diestra de Dios, hay que destacar que estar a la diestra de Dios es ocupar un lugar de honor, autoridad y poder. No es cualquier cosa estar a la diestra del Padre. Jesús es, figurativamente hablando, la mano derecha de Dios. Esto es, su ayuda idónea.
Cuando lanzamos la expresión, Fulanito es mi mano derecha, queremos decir que es aquel que nos colabora contundentemente en nuestro trabajo.
En el sector productivo, las empresas nombran un Gerente que represente a la compañía ante terceros; este gerente, no trabaja solo. Tiene sus colaboradores, dentro de los que se destaca su secretaria; de tal manera que suele expresarse que la secretaria es la mano derecha del gerente, por la confianza que este deposita en ella; confianza que se vuelve recíproca en la medida en que la misma, está en el deber de guardar información confidencial, llegando incluso a conocer intimidades personales y problemas que enfrenta su jefe. De hecho, en las estructuras orgánicas, la secretaria se ubica a la derecha y, y solo un poco, debajo del gerente.
En otrora, la mano derecha se consideraba de bendición; mientras que la izquierda, no tenía el mismo privilegio; inclusive, se obligaba a los zurdos a escribir con la derecha, porque se veía de mala educación hacerlo con la izquierda, y tal vez como una anormalidad en las personas; anormalidad que debía corregirse.
Los zurdos en el mundo son minoría; su mano derecha es un miembro que no descansa, sino que lleva a cabo las órdenes de quien sirve. Generalmente somos mano derecha de alguien, sobre todo cuando estamos en posición de dependencia.
Pongamos como ejemplo a José, hijo de Jacob, posteriormente Israel, padre terrenal del pueblo escogido por Dios, conformado por los israelitas.
Podríamos decir que este José nació para ser mano derecha por las siguientes razones:
1. Su padre depositó en él toda su confianza, hasta el punto de enviarlo a velar por sus hermanos y traerle noticias acerca del comportamiento de ellos. El padre tenía bien claro los sentimientos nobles de su hijo.
2. Cuando José es vendido a los ismaelitas como siervo, fue llevado a Egipto y vendido a Potifar, jefe de la guardia de faraón. Este Potifar, descubre las cualidades de mayordomía del joven, y lo nombra jefe sobre todo lo que tenía en la casa y en el campo.
3. Sabemos que la esposa de Potifar trató de seducir a José para que se acostara con ella; y que al no lograrlo, le calumnia y hace que su esposo lo mande a prisión.
4. En prisión, el jefe de la cárcel también descubre sus cualidades; quizás había tenido referencias de José por parte de Potifar. Decide entonces entregar en manos de José a todos los presos bajo su custodia.
5. Por último, después del sueño de Faraón que todos conocemos, relacionado con siete vacas gordas y hermosas que son devoradas por siete vacas enjutas y feas; y siete espigas hermosas y llenas de granos que también son devoradas por siete espigas vacías y quemadas por el viento del desierto, José es nombrado como el hombre más importante de todo Egipto, después de faraón.
Hemos leído que faraón revistió de autoridad y poder en Egipto a José, hasta tal punto, como narra la biblia, de que faraón expresó: "Yo soy faraón; y sin ti ninguno alzará su mano ni su pie en toda la tierra de Egipto". Génesis 37: 44. ¡Santo y glorioso es Jehová! prácticamente igualó a José con el mismo faraón.
Cabe anotar, que este José es prefigura de Cristo, porque lo mismo hace nuestro Padre con su Hijo. Cristo fue revestido de autoridad y poder en los cielos y en la tierra. Mateo 18:28 registra: Se me ha dado toda autoridad en los cielos y en la tierra. El poder estaba en la unción especial recibida del Santo Espíritu.
Hechos 2:36 expresa que Dios ha hecho a Jesús Señor y Mesías -Salvador-, igual que el mismo Dios utilizó a José para salvar al pueblo de Israel de una terrible sequía.
Volviendo al punto planteado de que Jesús es la mano derecha de Dios, podemos confirmarlo además, en Efesios 1:20 que expresa..."la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo".
En el Salmo 110:5, David, proféticamente escribiendo, expresó: "El Señor está a tu diestra; quebrantará a los reyes en el día de su ira".
Queda, púes, confirmado, que Jesús está en los cielos, y a la diestra del Padre con autoridad y poder.
Ahora surge una pregunta: ¿Qué hace Jesús en los cielos?
Jesús, nuestro amado Jesús, tiene diferentes oficios en los cielos; él no ha dejado de trabajar, veamos cuáles son:
1. Jesús es nuestro sumo sacerdote.
¿Qué constancia hay de ello? ¿Por qué decimos que es nuestro sumo sacerdote? ¿Cómo es Jesús como sacerdote?
En el Salmo 110:4, el rey David, a través de una profecía expresa: "Juró Jehová y no se arrepentirá, tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec".
Hebreos 4:14 afirma: Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús, el hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.
Hebreos 5:10 lo confirma: y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.
Lo anterior indica que Jesús fue constituido por Dios como sumo sacerdote, según un orden diferente al levítico; según el orden de Melquisedec.
Ahora bien, tal como afirma el apóstol Pablo a continuación del versículo anterior, no se constituyó asimismo sumo sacerdote porque nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. A Cristo lo glorificó Dios, cuando le dice: "Tú eres sacerdote según el orden de Melquisedec". Este llamado al sacerdocio fue mayor al levítico, porque proviene de un juramento de Dios mismo, y no, de una ley, como el levítico, por lo tanto es más glorioso.
Moisés tuvo su gloria como siervo fiel en la casa de Dios -el pueblo de Israel-, haciendo cumplir la ley; pero Jesús, como hijo del dueño de la casa de Dios, porque mayor gloria tiene el heredero que el siervo
¿Cómo es este sumo sacerdote? Hebreos 7:26 registra: Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos, que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
¿Por qué decimos que Jesús fue sin mancha? Hebreos 5:7 expresa que Cristo en los días de su carne -él fue el sacrificio, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo-, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas -su agonía en el Getsemaní-, al que le podía librar de la muerte; Jesús hubiera preferido no pasar por ese tormento, sin embargo escogió cumplir la ley como lo expresó: "no he venido a abrogar la ley, sino a cumplirla".
Todos sabemos que la ley se resume en dos mandamientos: Amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Eso hizo el Señor. Amó tanto a Dios, que a pesar de su cruel sacrificio, prefirió obedecer. Tomó la copa amarga. Y nos amó tanto a nosotros, que pensó que valíamos la pena, a pesar de nuestras grandes transgresiones. Esta actitud y sentimiento amoroso, lo perfeccionó. La biblia dice que fue oído a causa de su temor reverente: ...más no se haga como yo quiero, sino tu voluntad. ¡Qué hermosa actitud la del Señor! ¿La consideramos? El apóstol Pablo en Efesios 5:2 nos anima a andar en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó asimismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.
Cristo aprendió obediencia por lo que padeció; de esta manera fue perfeccionado y vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le reciben y le obedecen de corazón. Jesús pensó en la humanidad antes que en él; nos amó y nos ama; pensó que valíamos la pena.
Ahora bien, si Jesús es sumo sacerdote, ¿Cuál es su trabajo como tal?
Para saber qué hace Jesús como sacerdote, iremos un poco al antiguo testamento, con el fin de recordar qué hacía un sacerdote constituido según la ley, y no según el juramento de Dios, como tampoco proveniente de Leví, sino de un orden diferente, porque lo que allí se narra, es una prefigura o sombra de lo que había de acontecer en el nuevo testamento.
Hebreos 5:1 registra: "Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres, es constituido a favor de los hombres, en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados..."
Entonces, el papel principal del sumo sacerdote era el de presentar ofrendas y sacrificios por los pecados. Primero por él mismo; es decir, por el mismo sacerdote y su familia, porque como sigue diciendo Pablo a continuación de esta cita, este sacerdote estaba rodeado de debilidades como el pueblo, y además, tenía que mostrarse paciente con los ignorantes y extraviados. Porque estos sacerdotes también caían en tentación y pecaban. No eran capaces por sí mismo de mantenerse en santidad.
Nosotros también debemos mostrarnos pacientes por los ignorantes del evangelio, y por los extraviados, porque un día estuvimos en la misma situación, al igual que el pueblo de Israel. Y también muchos fuimos duros de cerviz.
No es con nuestras fuerzas que los extraviados e ignorantes del evangelio, se van salvar; sino con la labor del Santo Espíritu de Dios, y un mínimo esfuerzo personal. Tampoco somos capaces de mantenernos por sí mismo en santidad, sino a través de Cristo, consumador de la fe. Recordemos que la labor del Santo Espíritu de Dios consiste en guiarnos a toda verdad, es Jesús la verdad; convencernos de pecado, mostrarnos el amor del Padre y llevarnos a la imagen de Cristo, esto es, santificarnos.
Ahora recordemos un poco como era el ritual del antiguo testamento en cuanto a los sacrificios:
Dios ordenó a Moisés construir un tabernáculo de reunión, con unas medidas específicas. El tabernáculo estaba construido en madera, revestida de oro y cortinas. Internamente este tabernáculo estaba dividido en dos secciones: el lugar santo, este era más grande, y el lugar santísimo, más pequeño.
En la primera sección, el lugar santo, estaba el candelero, una mesa y los panes de la propiciación que tenían un significado simbólico que no vamos a tratar en estos momentos, por la extensión de su explicación. Este sitio era la entrada continua para el culto; de aquí pasaba sólo el sumo sacerdote, una vez al año, al lugar santísimo para sacrificar, pero era un camino que no perfeccionaba en cuanto a la conciencia, y consistía sólo, de comida, bebida, lavatorios y ordenanzas acerca de la carne. Era todo un ritual.
En el otro espacio más pequeño, separado también por un velo, estaba el lugar santísimo. En él se encontraba el incienso, el arca, la vara de Aarón, las tablas de la ley, el maná y una urna. En este espacio era estrictamente prohibido entrar.
Como ya se expresó, a la entrada del lugar santo existía una cortina o un velo grueso que había que traspasar para llegar al lugar santísimo. Un lugar más santo todavía que el anterior. Y aquí se destaca el superlativo ísimo, que tiene el significado de sumamente, es decir, era un lugar sumamente santo porque en el estaba la presencia de Dios, cuya naturaleza es santísima.
En el lugar santo, sólo los sacerdotes, una vez purificados, podían entrar, precisamente por la santidad de Dios -Hoy, en ese lugar santo, está Jesús-. El pueblo no podía entrar a ese lugar por su condición pecaminosa. Sólo un mediador purificado podía servir de intermediador.
Existía también un patio externo al que tenían acceso todas las personas, Pero... ¿Cuál era el papel del sumo sacerdote?
El sumo sacerdote debía seguir un cierto procedimiento:
El sacerdote tenía que ofrecer un becerro si pecare, por él, y por su familia. Para ello traía el becerro a la puerta del tabernáculo de reunión y lo presentaba a Jehová; le ponía su mano sobre la cabeza y lo degollaba delante de Jehová -Levítico 4:3...
Posteriormente tomaba la sangre del becerro y la traía al tabernáculo de reunión; mojaba su dedo en la sangre y rociaba siete veces de esa sangre delante de Jehová, hacia el velo del santuario. Ponía también de la misma sangre sobre los cuernos del altar del incienso aromático que estaba en el tabernáculo de reunión delante de Jehová. El resto de la sangre la echaba al pie del altar del holocausto que estaba fuera del lugar santo y santísimo. Luego tomaba la grosura de las entrañas del becerro y la hacía arder sobre el altar del holocausto. El resto del becerro lo sacaba fuera del campamento, a un lugar limpio donde se echaban las cenizas y lo quemaba al fuego sobre la leña. Todo esto por el sacerdote.
Para el perdón de los pecados del pueblo, un jefe, o alguien en particular del pueblo, variaba el animal, según se tratase. El pecado tenía que llegar a ser expuesto o conocido previamente, y el, o los declarados culpables, ofrecer el animal y degollarlo en presencia de Jehová; el sacerdote tomaba la sangre y hacía lo mismo que hacía con el sacrificio por el pecado de él y de su familia; con el animal también hacía los mismo que hacía con el suyo. Cuando era hecho en fe, este sacrificio proveía el perdón de los pecados. El animal debía ser sin defecto y la persona que ofrecía el sacrificio, debía identificarse con el animal. Jesús fue el cordero sin mancha y se identificaba con el Padre, quien fue la persona que ofreció el sacrificio por nuestros pecados. Romanos 8:32 expresa: El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
El día de la expiación demostraba el perdón y la remisión del pecado y era otro ritual. El sumo sacerdote tomaba dos machos cabríos como la ofrenda por el pecado. Uno era sacrificado en expiación, el cual proveía perdón; el otro, soltado en el desierto, proveía la remisión del pecado, algo así como la devolución del pecado al adversario de Dios. De esta manera el sumo sacerdote hacía el sacrificio.
Ahora bien, este ritual queda abolido, cuando Jesús ofrece su cuerpo para el perdón de los pecados de la humanidad. Él se constituye en el cordero inmolado, dado en sacrificio por una sola vez, para rescatarnos de la muerte, después de que fuimos acusados por el enemigo como culpables. Y el mismo padre le constituyó sumo sacerdote, según un orden diferente, el de Melquisedec, después de haber resucitado, y ascendido a los cielos, sentándose a la derecha del padre.
Más ya Jesús, como sumo sacerdote, no tiene necesidad de oficiar más sacrificio por nuestros pecados, porque su sacrificio, que fue su propia carne molida por nuestras rebeliones, y su sangre derramada, nos hizo libre. Él entró al tabernáculo celestial, de una vez y para siempre, habiendo obtenido eterna redención. Ahora Jesús es ministro del santuario y del tabernáculo que levantó el Señor, el verdadero tabernáculo, no hecho de mano de hombre, sino por nuestro Dios.
Si Melquisedec fortaleció a Abraham con pan y vino, y luego le bendijo, cuanto más no nos fortalece Dios y nos bendice cada día.
Ahora surge una pregunta: ¿Qué hace Jesús en los cielos?
Jesús, nuestro amado Jesús, tiene diferentes oficios en los cielos; él no ha dejado de trabajar, veamos cuáles son:
1. Jesús es nuestro sumo sacerdote.
¿Qué constancia hay de ello? ¿Por qué decimos que es nuestro sumo sacerdote? ¿Cómo es Jesús como sacerdote?
En el Salmo 110:4, el rey David, a través de una profecía expresa: "Juró Jehová y no se arrepentirá, tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec".
Hebreos 4:14 afirma: Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús, el hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.
Hebreos 5:10 lo confirma: y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.
Lo anterior indica que Jesús fue constituido por Dios como sumo sacerdote, según un orden diferente al levítico; según el orden de Melquisedec.
Ahora bien, tal como afirma el apóstol Pablo a continuación del versículo anterior, no se constituyó asimismo sumo sacerdote porque nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. A Cristo lo glorificó Dios, cuando le dice: "Tú eres sacerdote según el orden de Melquisedec". Este llamado al sacerdocio fue mayor al levítico, porque proviene de un juramento de Dios mismo, y no, de una ley, como el levítico, por lo tanto es más glorioso.
Moisés tuvo su gloria como siervo fiel en la casa de Dios -el pueblo de Israel-, haciendo cumplir la ley; pero Jesús, como hijo del dueño de la casa de Dios, porque mayor gloria tiene el heredero que el siervo
¿Cómo es este sumo sacerdote? Hebreos 7:26 registra: Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos, que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
¿Por qué decimos que Jesús fue sin mancha? Hebreos 5:7 expresa que Cristo en los días de su carne -él fue el sacrificio, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo-, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas -su agonía en el Getsemaní-, al que le podía librar de la muerte; Jesús hubiera preferido no pasar por ese tormento, sin embargo escogió cumplir la ley como lo expresó: "no he venido a abrogar la ley, sino a cumplirla".
Todos sabemos que la ley se resume en dos mandamientos: Amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Eso hizo el Señor. Amó tanto a Dios, que a pesar de su cruel sacrificio, prefirió obedecer. Tomó la copa amarga. Y nos amó tanto a nosotros, que pensó que valíamos la pena, a pesar de nuestras grandes transgresiones. Esta actitud y sentimiento amoroso, lo perfeccionó. La biblia dice que fue oído a causa de su temor reverente: ...más no se haga como yo quiero, sino tu voluntad. ¡Qué hermosa actitud la del Señor! ¿La consideramos? El apóstol Pablo en Efesios 5:2 nos anima a andar en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó asimismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.
Cristo aprendió obediencia por lo que padeció; de esta manera fue perfeccionado y vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le reciben y le obedecen de corazón. Jesús pensó en la humanidad antes que en él; nos amó y nos ama; pensó que valíamos la pena.
Ahora bien, si Jesús es sumo sacerdote, ¿Cuál es su trabajo como tal?
Para saber qué hace Jesús como sacerdote, iremos un poco al antiguo testamento, con el fin de recordar qué hacía un sacerdote constituido según la ley, y no según el juramento de Dios, como tampoco proveniente de Leví, sino de un orden diferente, porque lo que allí se narra, es una prefigura o sombra de lo que había de acontecer en el nuevo testamento.
Hebreos 5:1 registra: "Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres, es constituido a favor de los hombres, en lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados..."
Entonces, el papel principal del sumo sacerdote era el de presentar ofrendas y sacrificios por los pecados. Primero por él mismo; es decir, por el mismo sacerdote y su familia, porque como sigue diciendo Pablo a continuación de esta cita, este sacerdote estaba rodeado de debilidades como el pueblo, y además, tenía que mostrarse paciente con los ignorantes y extraviados. Porque estos sacerdotes también caían en tentación y pecaban. No eran capaces por sí mismo de mantenerse en santidad.
Nosotros también debemos mostrarnos pacientes por los ignorantes del evangelio, y por los extraviados, porque un día estuvimos en la misma situación, al igual que el pueblo de Israel. Y también muchos fuimos duros de cerviz.
No es con nuestras fuerzas que los extraviados e ignorantes del evangelio, se van salvar; sino con la labor del Santo Espíritu de Dios, y un mínimo esfuerzo personal. Tampoco somos capaces de mantenernos por sí mismo en santidad, sino a través de Cristo, consumador de la fe. Recordemos que la labor del Santo Espíritu de Dios consiste en guiarnos a toda verdad, es Jesús la verdad; convencernos de pecado, mostrarnos el amor del Padre y llevarnos a la imagen de Cristo, esto es, santificarnos.
Ahora recordemos un poco como era el ritual del antiguo testamento en cuanto a los sacrificios:
Dios ordenó a Moisés construir un tabernáculo de reunión, con unas medidas específicas. El tabernáculo estaba construido en madera, revestida de oro y cortinas. Internamente este tabernáculo estaba dividido en dos secciones: el lugar santo, este era más grande, y el lugar santísimo, más pequeño.
En la primera sección, el lugar santo, estaba el candelero, una mesa y los panes de la propiciación que tenían un significado simbólico que no vamos a tratar en estos momentos, por la extensión de su explicación. Este sitio era la entrada continua para el culto; de aquí pasaba sólo el sumo sacerdote, una vez al año, al lugar santísimo para sacrificar, pero era un camino que no perfeccionaba en cuanto a la conciencia, y consistía sólo, de comida, bebida, lavatorios y ordenanzas acerca de la carne. Era todo un ritual.
En el otro espacio más pequeño, separado también por un velo, estaba el lugar santísimo. En él se encontraba el incienso, el arca, la vara de Aarón, las tablas de la ley, el maná y una urna. En este espacio era estrictamente prohibido entrar.
Como ya se expresó, a la entrada del lugar santo existía una cortina o un velo grueso que había que traspasar para llegar al lugar santísimo. Un lugar más santo todavía que el anterior. Y aquí se destaca el superlativo ísimo, que tiene el significado de sumamente, es decir, era un lugar sumamente santo porque en el estaba la presencia de Dios, cuya naturaleza es santísima.
En el lugar santo, sólo los sacerdotes, una vez purificados, podían entrar, precisamente por la santidad de Dios -Hoy, en ese lugar santo, está Jesús-. El pueblo no podía entrar a ese lugar por su condición pecaminosa. Sólo un mediador purificado podía servir de intermediador.
Existía también un patio externo al que tenían acceso todas las personas, Pero... ¿Cuál era el papel del sumo sacerdote?
El sumo sacerdote debía seguir un cierto procedimiento:
El sacerdote tenía que ofrecer un becerro si pecare, por él, y por su familia. Para ello traía el becerro a la puerta del tabernáculo de reunión y lo presentaba a Jehová; le ponía su mano sobre la cabeza y lo degollaba delante de Jehová -Levítico 4:3...
Posteriormente tomaba la sangre del becerro y la traía al tabernáculo de reunión; mojaba su dedo en la sangre y rociaba siete veces de esa sangre delante de Jehová, hacia el velo del santuario. Ponía también de la misma sangre sobre los cuernos del altar del incienso aromático que estaba en el tabernáculo de reunión delante de Jehová. El resto de la sangre la echaba al pie del altar del holocausto que estaba fuera del lugar santo y santísimo. Luego tomaba la grosura de las entrañas del becerro y la hacía arder sobre el altar del holocausto. El resto del becerro lo sacaba fuera del campamento, a un lugar limpio donde se echaban las cenizas y lo quemaba al fuego sobre la leña. Todo esto por el sacerdote.
Para el perdón de los pecados del pueblo, un jefe, o alguien en particular del pueblo, variaba el animal, según se tratase. El pecado tenía que llegar a ser expuesto o conocido previamente, y el, o los declarados culpables, ofrecer el animal y degollarlo en presencia de Jehová; el sacerdote tomaba la sangre y hacía lo mismo que hacía con el sacrificio por el pecado de él y de su familia; con el animal también hacía los mismo que hacía con el suyo. Cuando era hecho en fe, este sacrificio proveía el perdón de los pecados. El animal debía ser sin defecto y la persona que ofrecía el sacrificio, debía identificarse con el animal. Jesús fue el cordero sin mancha y se identificaba con el Padre, quien fue la persona que ofreció el sacrificio por nuestros pecados. Romanos 8:32 expresa: El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
El día de la expiación demostraba el perdón y la remisión del pecado y era otro ritual. El sumo sacerdote tomaba dos machos cabríos como la ofrenda por el pecado. Uno era sacrificado en expiación, el cual proveía perdón; el otro, soltado en el desierto, proveía la remisión del pecado, algo así como la devolución del pecado al adversario de Dios. De esta manera el sumo sacerdote hacía el sacrificio.
Ahora bien, este ritual queda abolido, cuando Jesús ofrece su cuerpo para el perdón de los pecados de la humanidad. Él se constituye en el cordero inmolado, dado en sacrificio por una sola vez, para rescatarnos de la muerte, después de que fuimos acusados por el enemigo como culpables. Y el mismo padre le constituyó sumo sacerdote, según un orden diferente, el de Melquisedec, después de haber resucitado, y ascendido a los cielos, sentándose a la derecha del padre.
Más ya Jesús, como sumo sacerdote, no tiene necesidad de oficiar más sacrificio por nuestros pecados, porque su sacrificio, que fue su propia carne molida por nuestras rebeliones, y su sangre derramada, nos hizo libre. Él entró al tabernáculo celestial, de una vez y para siempre, habiendo obtenido eterna redención. Ahora Jesús es ministro del santuario y del tabernáculo que levantó el Señor, el verdadero tabernáculo, no hecho de mano de hombre, sino por nuestro Dios.
Jesús como sumo sacerdote, declarado con esa honra
por Dios después de su muerte, ofrece sacrificio a Dios en el tabernáculo
celestial que es superior al tabernáculo de reunión de los judíos; y el
sacrificio que él ofrece, es también superior al sacrificio de los sacerdotes
levíticos.
Ahora, él
tiene varias funciones, y una de ellas es
comunicar al Padre lo que nosotros hablamos. Por eso el apóstol Pablo, nos pide en Hebreos
3:1 que consideremos a ese sumo sacerdote de nuestra fe, porque somos
participantes del llamamiento celestial, y nos recuerda que él es fiel al que lo constituyó como tal, como
también lo fue Moisés como siervo de toda la casa de Dios -el
pueblo de Israel-; y dice Pablo que si Moisés tuvo su gloria por su
fidelidad con Dios, cuanto mayor será la gloria de Jesús que tiene mayor honra,
por ser el hijo del dueño de la casa.
¿Cómo es ese
sumo sacerdote?
Hebreos 7:
26 dice: Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin
mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no
tenía necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes de ofrecer sacrificio
primero por sí mismo, y luego por los del pueblo, que fueron constituidos por
la ley; pero este por la palabra del juramento de Dios, hecho perfecto para
siempre.
Salmo 110:4
Juró Jehová, y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre según
el orden de Melquisedec.
Hay que aclarar que al cambiar de sacerdocio hubo
cambio de la manera de obtener el perdón para vida eterna. Quedó
abrogada por su debilidad e ineficacia la ley -pues nada perfeccionó la ley-, en cuanto a ser salvos por cumplimiento completo de ella, pero se introdujo, dice Pablo, una mejor
esperanza, por la cual nos acercamos a Dios: Jesús. Hay que aclarar que la ley sigue vigente y hay que cumplirla; lo que no es vigente es ser salvo a través de ella; ahora somos salvos por el sacrificio de Jesús en la Cruz; no por el cumplimento completo de la ley. Tampoco somos perdonados por ofrecer animales; somos perdonados por reconocer el sacrificio de Cristo por única vez; permitir su entrada en nuestro corazón; reconocer que su sangre derramada en su sacrificio nos lava de todo pecado y culpa, aceptarlo como nuestro único y suficiente salvador, creer sus promesas y reconocerlo como nuestro intercesor en los cielos; reconocerlo como el ahora sumo sacerdote. Lo que se clavó en la cruz del calvario fue el acta de los decretos que había en nuestra contra, por no cumplir a cabalidad la ley; un acta que nos llevaba a la muerte eterna, ya que Satanás reclamaba autoridad sobre nosotros por nuestros pecados, y para poder evitarlo, había que reconocer el pecado y ofrecer sacrifico de animales con un ritual engorroso, ya que vivíamos de pecado en pecado. A continuación la prueba de qué fue lo que se anuló:
Colosenses 2:14-17
14 anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándose de en medio y clavándola en la cruz,
15 y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.
16 Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo,
17 todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo.
¿Qué debemos
ofrendar nosotros?
Si Jesús es ahora el sumo sacerdote, con un
sacerdocio diferente; un sacerdocio perfecto y santo, no como el levítico,
constituido por hombres pecaminosos, y es él quien oficia, ¿Qué debemos
entonces, entregar nosotros, los hombres para el perdón de nuestros pecados,
teniendo presente que el pueblo de Israel tenía que entregar animales para el
sacrificio?
Romanos 12:
1 dice: Así que hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional. De ahí en
adelante, Pablo da unos consejos, que yo lo asimilo al sermón del monte.
1ª de Pedro 1:13 en adelante dice que hemos sido
llamados a una vida santa: “Como aquel que os llamó es santo, sed también
vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”.
Si Jesús ya no tiene que volver a entregar su
cuerpo y derramar su sangre en sacrificio porque por amor a nosotros nos hizo
libre de la esclavitud del pecado, y fuimos rescatados de nuestra vana manera
de vivir, nosotros tampoco tenemos por
qué vivir en pecado. Debemos entregar
santidad. Vivir como siervos de Dios
como dice Pedro. Manteniendo nuestra
buena manera de vivir entre los no convertidos para que consideren nuestras
buenas obras.
También debemos entregar fe y esperanza en
Dios (lo dice 1ª de Pedro 1:21)
Debemos entregar obediencia. Jesús nos puso el
ejemplo.
Transmitir con autoridad la palabra de fe y ser
administradores de los misterios de Dios, porque ahora somos ministros y
embajadores de Cristo. Lo expresa Pablo.
Somos también sacerdotes, y un pueblo de
sacerdotes. Lo confirma Pedro.
La promesa de que seríamos sacerdotes está en Éxodo 19:6 Y vosotros me seréis un
reino de sacerdotes, y gente santa. Y
Pedro lo confirma. 1ª de Pedro 2:9 Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Debemos velar por las almas y dar cuenta de ellas.
Debemos también interceder por los extraviados y los
ignorantes del evangelio y tener paciencia como el sumo sacerdote debía tener
paciencia por ellos.
Como nosotros fuimos también constituidos en
sacerdotes y nación santa, tenemos, como dice Pedro, que anunciar las virtudes del que nos sacó de las
tinieblas a su luz admirable.
También debemos dar a Dios algo con lo que él pueda
trabajar, como son las Ofrendas y los diezmos, teniendo en cuenta que realmente
son para Jesús, para que su reino crezca.
Hebreos 7:8 dice: Y aquí ciertamente reciben los
diezmos hombres mortales; pero allí, uno de quien se da testimonio de que vive.
Abraham dio los diezmos a Melquisedec, sumo
sacerdote de Salem, cuando regresó de las batallas en las que liberó a su
sobrino Lot. Y Jesucristo es del orden
de Melquisedec; Melquisedec se anuncia en el evangelio como semejante a Cristo,
sacerdote del Dios altísimo, sin genealogía ni fin; de un orden diferente al
levítico, puesto que Leví, en la época de Melquisedec, aún no había
nacido. Dice Pablo que aún estaba en los
lomos de Abraham, y sin embargo, Abraham le ofreció diezmos.
Si Melquisedec es semejante a Cristo, por qué no le
vamos a entregar nuestros diezmos y ofrendas al que es aún mayor que
Melquisedec.
Cuando ofrendemos y diezmemos, aunque la mano que
se estire para recoger tales diezmos y ofrendas, sean manos de hombre, esas
manos van en nombre de Jesús, el sumo sacerdote. Dejar de diezmar y ofrendar, es negar a Jesús
ese derecho y olvidarnos de sus bendiciones, especialmente las económicas. Además nuestros diezmos y ofrendas, son
necesarias para multiplicar el evangelio y hacer llegar almas a los pies de
Cristo; un día nos van a demandar esas almas.
Si Melquisedec fortaleció a Abraham con pan y vino, y luego le bendijo, cuanto más no nos fortalece Dios y nos bendice cada día.
También debemos tributar sacrificios de alabanza y
adoración porque él las presenta al padre.
Hebreos 13:15 dice: Así que ofrezcamos siempre a
Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que
confiesan su nombre.
La alabanza y adoración bendicen a Dios. Nuestra fe no es privada, como
nos lo han hecho ver, las palabras tienen poder y causan impacto en las
personas, aunque no lo notemos. La
adoración verbal es una forma de darle la gloria a Dios. No nos callemos. Pidámosle a Dios lo que dice el salmo 51:15:
“Señor abre mil labios, y publicará mi boca tu
alabanza”.
Otra función de Jesús es la de mediador. 1ª de
Timoteo 2:5 “Porque hay un solo Dios y
un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.
Jesús es mediador
de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas, por eso su ministerio es mejor.
Mediador: Es uno que hace la paz entre dos partes;
uno que entiende a ambas partes. Jesús
une a Dios y al hombre y los reconcilia por medio de su sangre.
Él es mediador porque en la cruz se dio en rescate
por todos. Él es 100% hombre, 100%
Dios. Él sabe cómo se siente el hombre,
porque él fue hombre, y sabe cómo se siente Dios, porque él es Dios. No necesitamos de un hombre para confesar
nuestros pecados. Sólo Jesús tiene el
poder de perdonarnos.
Jeremías 31: 31
dice: He aquí que vienen días, dice jehová, en los cuales haré nuevos
pactos con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el
día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos
invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová.
Jesús dejó la gloria que tenía en el cielo y venció
al diablo como hombre aquí en la tierra, con una diferencia: no tenía pecado.
En Génesis 3: 15
Dios lo había anunciado: Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre
tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en
el calcañar.
Por eso Jesús vino como hombre ungido por el
Espíritu Santo y aplastó la cabeza de satanás.
Jesús fue a la cruz y al infierno y le quitó las llaves del hades a satanás.
Pero no sólo Jesús tiene la función de sumo sacerdote y de mediador, sino que además, es nuestro intercesor en los cielos, nuestro abogado y nuestro fiador.
Como intercesor, interviene en favor de nosotros, los que estábamos condenados, cuando el adversario nos declaró culpables.
Hebreos 7:25 registra: Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.
Jesús comunica a Dios, nuestras palabras; las palabras de nuestras oraciones, y al mismo tiempo, de alguna manera, nos entrega la respuesta y la gracia de Dios; además, vela por nuestra santidad a través de su Espíritu, quien nos convence de pecado. Esto hace que Cristo esté unido íntimamente a Dios e íntimamente a nosotros. Unigénito de Dios, hermano nuestro. El intercesor perfecto. Por eso toda buena obra debe hacerse en su nombre. “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” -Colosenses 3:17-.
Pero no sólo Jesús tiene la función de sumo sacerdote y de mediador, sino que además, es nuestro intercesor en los cielos, nuestro abogado y nuestro fiador.
Como intercesor, interviene en favor de nosotros, los que estábamos condenados, cuando el adversario nos declaró culpables.
Hebreos 7:25 registra: Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.
Jesús comunica a Dios, nuestras palabras; las palabras de nuestras oraciones, y al mismo tiempo, de alguna manera, nos entrega la respuesta y la gracia de Dios; además, vela por nuestra santidad a través de su Espíritu, quien nos convence de pecado. Esto hace que Cristo esté unido íntimamente a Dios e íntimamente a nosotros. Unigénito de Dios, hermano nuestro. El intercesor perfecto. Por eso toda buena obra debe hacerse en su nombre. “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” -Colosenses 3:17-.
Como abogado, nos defiende; está a nuestro favor siempre aunque todo nos acuse. Él nos defiende cuando Satanás nos acusa, recordándole que en la Cruz, él se ofreció como fiador y pagó por nosotros con su poderosa sangre, el precio que ninguno de nosotros podía pagar.
1
No hay comentarios:
Publicar un comentario